CRONICA DE EVENTOS QUE NO SUCEDIERON. Realizada en mayo de 2020
Al igual que una máscara veneciana, su boca colorada, es una especie de coraza que no solo la protege de hombres cobardes, sino que por momentos oculta la mujer que quiere otro destino. En aquel santuario cuartetero, a sus 46 años María se deja llevar, de a poco se va despojando de culpas, deberes y fracasos; tanto así que al final parece una niña en tacos repitiendo “quiéreme como te quiero yo”.
En cualquier carnaval, sin importar la cultura ni el objeto pagano, cuando una persona se pone una máscara se despersonaliza, deja de ser quien es para pasar a ser lo que siempre soñó de sí mismo. En ese acto íntimo y cómplice vamos liberándonos de casi todo: roles, responsabilidades, cargas, rótulos, mandatos… para ser ese personaje que siempre quisimos ser. Es ahí donde nos proyectamos y jugamos a ser héroes, valientes, tiernos, bellos y poderosos.
Cada máscara, al igual que los disfraces de muchas fiestas temáticas que se organizan para celebrar los 40, 50 o 60 años, es un elemento simbólico que pone en libertad nuestras emociones, fracasos, temores, deseo y necesidades.
El sábado 7 de marzo (2020) fue el último baile de Jean Carlos antes que el gobierno nacional decretara el aislamiento social, preventivo y obligatorio. En un lugar de La Rioja, junto a siete mil personas, están María y sus tres hijos varones que la acompañan a los bailes a modo de custodia de sus pasos ondulantes que no dejan de ir y venir, sincronizados como una máquina que nunca se detendrá.
María sale todos los viernes y sábados del año a bailar, excepto cuando no llega a reunir los 1000 pesos que cada noche, a modo de una fianza, paga por su libertad. Cuando los pequeños hombres de su casa no quieren acompañarla, prende el celular y a mano siempre encuentra una amiga: una por cada baile, por cada banda, por cada estadio y por cada decepción.
A raíz de la pandemia, María queda sin trabajo y se la rebusca como ayudante de un joven barbero de su barrio. En estos últimos meses participó de un par de bailes realizados vía streaming, “esos días, aunque estaba en mi casa con mis hijos, me pintaba, me ponía tacos que duraban muy poco y bailábamos los 4 en el comedor alrededor de la mesa”.
Esta nueva modalidad de los bailes, tiene la complicidad de las promesas que se les hace a los santos, una especie de ofrenda a los dioses, un sacrificio por donde lo miren que busca mantener encendido el ritual de cada baile. Sin embargo, ninguna transmisión a través del televisor logra encender la magia de cada una y de todas las noches donde María se transformaba.
Ella sabe que en el templo de su religión cuartetera, no es la música la que la transporta ni el humo de hierbas mágicas lo que la anestesia, es el poder de olvidar quien es lo que la hace libre, tanto que se adueña de cada hombre, de muchas miradas, y de todos los roces.
En los bailes, Por momentos pierde la noción del tiempo, de lo que está lejos y lo que está cerca, no diferencia lo bueno de lo malo; esa amnesia pasajera la excita y la vuelve omnipotente, dueña y señora de todo.
Muchos y de todo tipo fueron los intentos de los organizadores de eventos y productores de espectáculos para re-pensar la actividad, que es una de las más golpeadas por la Pandemia y que aún hoy no logra activarse a pesar de las “nuevas” alternativas virtuales, hibridas, online o como la quieran denominar. Es que nada puede reemplazar el efecto de todo vínculo humano primitivo de tocarse, mirarse, rosarse, abrazarse, que son algunos indicadores que determinan el espíritu de todo evento popular.
Para el cantante Jean Carlos, su último streaming fue significativo y por ahora inolvidable: “subí al escenario con toda la alegría y la energía del “volver” y bajé con mucha tristeza, parecía que estaba otra vez cantando en la cárcel”. Los bailarines que cada fin de semana se concentraban en muchos espacios de nuestro baile popular, pagan un precio injusto por divertirse, reencontrarse, identificarse, pero sobre todo “escaparse”.
Los hijos de María son lo único que la atan a esta realidad
inaceptada cuando ella sale a
bailar, “si no estuvieran conmigo en esas noches, sentiría que estoy sola en el paraíso, que después de un accidente mortal, llegué al cielo feliz, bailando, mirando a los demás desde arriba sin importarme nada”.
A las 21 pica algo liviano para luego empezar a producirse como una artista añejada que teme a la respuesta de sus conocidos, la que duda si la quieren de verdad y a la que le angustia que descubran el paso dañino y doloroso del tiempo. Maquilla con afán toda su cara, el cuello y su pecho también.
Las amigas se ríen de ella, aunque el caso les parece serio, es la única especie de la tribu cuartera que no para de llorar mientras baila. El hecho es así: cuando empiezan los primeros compases de una lista extensa de temas de Jean Carlos, La Konga, Dale que va y Banda XXI, el mentón se le eleva, su boca es como la sonrisa de un dibujo animado, la nariz parece llevarse todo al interior de un solo tirón, los ojos al natural se cierran cansados y su cara lentamente se mueve en zig zag mientras susurra gemidos vergonzantes; las manos sueltan a su compañero o compañera y sincronizadamente se sacuden como el saludo emotivo de una segunda princesa en un festival del interior del interior. Sus pies parecen levitarse iniciándose así el trance. Este suceso dura un tiempo que no se mide con reloj, es como las horas que pasan cuando estas con la persona que te gusta.
En aquel viaje extasiado, sola entre la multitud, frágil como una hoja en pleno remolino de tierra, las lágrimas en la mejilla que surcan hacia el cuello es lo único “raro” de esta mujer poseída en pleno baile.
Los eventos como todo acto comunicativo, se constituyen en un escenario semiótico donde cada uno construye su propia experiencia, proyectando sus necesidades, deseos y expectativas.
El profesional de los eventos, es como un director de teatro que sabe disponer de un amplio repertorio de elementos significativos (decorados, luces, vestuario, entre otros) para que cada espectador se proyecte en ellos y viva por si solo una experiencia, donde la conciencia y la inconciencia despilfarren hasta los más resguardados impulsos. La Experiencia se vuelve así única y subjetiva, mientras aquel director pierde el control de los efectos y es el público ahora “co-productor” de sus propias emociones y sentimientos.
El objeto de los eventos como herramienta de comunicación y motivación, no son las mesas decoradas ni las pantallas leds; son los sentimientos y las emociones de la gente.
Con aquella materia prima trabaja el organizador de un evento, el resto es parte de los recursos técnicos que crean el clima pertinente para que cada persona se zambulla en su propia fantasía.
Anexo:
Teoría de los climas se denomina a lo que sucede cuando una persona ingresa a un evento y comienza a percibir todos los elementos significativos externos sobre el que no tiene control y como resultado crea un clima interno que si puede controlar construyéndose así la propia y real experiencia. Por ejemplo: si ingresamos a un salón que está iluminado con un color frio (clima externo) al percibirlo y conceptualizarlo, puede que provoque en nosotros una sensación de calma, tranquilidad o exaltación (clima interno) el que si podemos controlar, porque está en nosotros dejar de sentirnos así en un instante.
Cristian Fonseca
Fotografía: Turismo en Córdoba capital. Municipalidad de Córdoba
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