Opinión: Ceremonial en el funeral del papa Francisco.

 


Nota publicada el 28 de abril. La Voz del Interior

Uno de los conceptos más mencionados en los últimos días en relación a Francisco fue protocolo.

Nada nos sorprende si consideramos a la iglesia como especialistas en simbología que de un signo como la cruz crearon el mejor isotipo de la historia.

A lo simplificado y solemne del funeral del papa, se lo recordara como un acto religioso pero sobre todo geopolítico, el escenario pertinente para el juego del poder.

Poder de los miles de seguidores de Francisco en todo el mundo, de la iglesia, de los medios de comunicación y el de los líderes gobernantes.

El ceremonial es un conjunto de normas que regulan las relaciones interpersonales e institucionales reconociendo las jerarquías partiendo que no todos somos iguales.

Romper aquellas reglas, además de una falta de consideración y cortesía es sobre todo un acto de poder, de quienes infringen las normas de vestimenta, saludo o se ubican en lugar que nos les corresponden. De esta manera, comunican no verbalmente que son tan poderosos que hacen lo que quieren.

A partir de los cambios en las normas protocolares establecidas por Francisco que redujeron ritos tradicionales de la iglesia para las exequias, se exacerbaron y potenciaron otros hechos simbólicos para que el evento llegue el corazón de la gente de todo el mundo.

Estos eventos son verdaderos hechos de comunicación cargados de significados que buscan connotar valores y desarrollar sentimientos de pertenencia,  como por ejemplo: los zapatos del papa, su anillo de plata, las medallas, el color blanco “puro” del rodado que llevaba el ataúd y el de la casulla roja “poderosa” que cubría el cuerpo; hasta la imagen viral de la sobrina de una de las monjas francesas desaparecidas en la dictadura militar, única mujer a la que se le permitió romper el protocolo.

Entre los mensajes connotados cargados de significados, está la velocidad del vehículo blanco que transportaba a Francisco por las calles de Roma, actitud poco amigable y cercana para los seguidos que querían despedir al papa, y otro más autóctono fue la ausencia de Máxima al evento más importante y “espectacular” del mundo de esta década con seguridad.

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